
Aunque muy pocas veces se debe a una enfermedad grave, la tendencia a compararlo con la patología del adulto genera una gran ansiedad en las familias, ya que éstas lo suelen relacionar casi siempre con patología cardíaca, en especial en los casos en los que hay antecedentes familiares de cardiopatía isquémica (anginas, infartos, etc).
En realidad las causas cardíacas originan menos del 5% de los casos de dolor torácico en el niño. En mi vida como pediatra sólo he coincidido con un niño que tuvo un infarto. Y debutó como lo hacen en ocasiones los adultos, con una arritmia severa que requirió maniobras avanzadas de reanimación cardiopulmonar. Ese niño tenía un origen anómalo de una arteria coronaria, una cardiopatía congénita rarísima. Fijaos si es tan poco usual, que lo publicamos en la revista Anales de Pediatría, allá por el año 2003 (el caso descrito como número 2).
Aunque me haya detenido en las causas cardíacas de dolor torácico, son mucho más frecuentes:
- El origen músculo-esquelético, tras actividad física o por microtraumatismos. En ocasiones también es frecuente una inflamación de la unión entre la costilla y el cartílago, que origina un dolor muy localizado en un punto.
- Las causas respiratorias, desde las crisis de asma a las infecciones (neumonías, etc) o el neumotórax (espontáneo)
- Los problemas digestivos como por ejemplo el reflujo gastroesofágico
- Las causas psicológicas con un aumento de incidencia contínuo en los tiempos que corren. El dolor torácico junto con las palpitaciones son síntomas clásicos de ansiedad. Nuestros niños cada vez muestran más signos de ansiedad y a edades más precoces.
Como en tantos otros problemas de salud, es importante detallar las características del síntoma (localización, intensidad, relación con la respiración, con desencadenantes, posturas u enfermedades). Y también tiene bastante valor evaluar la interferencia con la actividad habitual así como la asociación con otros síntomas como por ejemplo la fiebre. La mayoría de veces en Urgencias ante un dolor torácico en un niño sólo se recomienda analgesia y no se solicita ninguna exploración complementaria. En otras ocasiones puede ser necesaria una radiografía de tórax y/o un electrocardiograma. Mi paciente me generó muchas dudas y su electrocardiograma más, de forma que aunque suelo ser poco pidona de exploraciones complementarias, al chaval hasta le pedí las pruebas de laboratorio que se piden a los adultos cuando se sospecha un infarto. Y me lo tuve que revisar: la verdad es que los pediatras no estamos nada a la última en cuanto a infartos de miocardio. Y es un tema a actualizar más que por la baja probabilidad de infarto de nuestros pequeños pacientes, por la mayor probabilidad de algunos de sus acompañantes. PD: Mis dudas diagnósticas no me generaron a mí misma ni ansiedad ni dolor torácico. Otro gallo hubiera cantado si por casualidad me encuentro con un chaval con el gesto similar al pobre señor de la imagen.
Post como este no solo nos enseña a los padres, sino que además nos tranquilizan mucho.
Fundamental que nuestro médico o pedíatra tenga los nervios templados. En la mayoría de las ocasiones somos los papis o mamis quienes generamos mayor intraquilidad en el niño con nuestros gestos, caras y estrés cuando tiene alguna dolencia.
Muy muy interesante. Y es que uno que todavía no ha llegado a la pediatría no dudaría en compararlo con patología adulta, aunque con reticencias 🙂